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Primer día de playa

Atardece que no es poco.


“Hay que nombrarlo todo,
antes de que tarde
sea, y se quede sin sonido alguna
cosa soñada...”
Alfonso Canales


Que no se me olvide ninguna cosa, que si no escribo yo este ocaso, habrá muerto un día de claridad, con un final espléndido para nada, que no se me olvide el color del hierro candente del ultimo instante de luz, que no se me olvide el derramarse en purpurina de las olas a su rastro frente a mis pies, el azul turquesa del mar bajo los vestigios de sol, la huida sincopada del tiempo y el astro de fuego, el borrarse el cielo sobre mi y ante mis ojos después de un derroche de infinitas violetas, que lo contaminaron todo con su color: la arena, las barcas que en ella reposaban, la caseta de pescadores antes de un blanco cal inmaculado, la bruma y el mar; todo es rosa y violeta, el velo que de ese color me borra las montañas del cabo, cediendo a la ilusión de que todo se volvió horizonte de mar que no hay fin que no existe la nada sino el infinito.
El rosa allá da paso al gris, y el mar se vuelve plomífero y metalizado y su opacidad enciende la luna. Esta noche toca luna mora, con su halo de bruma brillante y redondo y su estrella como un lunar encendido, como una bujía.
En occidente aun existe el ultimo rubor de luz antes de la oscuridad violenta, el cielo -donde el sol se esconde- enseña -por breves instantes- el rojo más rabioso, como un destello de luz antes de un apagón y de pronto empieza a envolvernos la oscuridad y el viento que trae consigo un manto de humedad como polvo de agua casi instantáneo y nos alfombra el camino con el ultimo hálito de luz solar.
Una vez más se nos apaga la tarde.
Que no se me olvide nada para que de esa manera quede encendido este instante en mi recuerdo. Porque -a veces- me resulta mas que injusto el no tener capacidad para hacer comprender lo importante que me resulta el tiempo que gano frente a una puesta de sol, lo que me enriquecen esos colores, lo que me ayudan a meditar y a sentir esa muerte súbita de un día que pasó sin gloria y con la pena de lo que no ha de volver.
De regreso de la que es –para mí- representación más bella en función única, donde la naturaleza regala a la pupila los colores más prodigiosos, donde se pasea la mirada por formas y tonalidades caprichosas, a donde uno va a renovar la suerte de saberse vivo; quisiera sostener en mi sentimiento ese estado casi emocional que te conecta con lo mas intimo y te provoca una idea, adivinas un pensamiento, intuyes que estas al borde de una revelación: es una actitud casi espiritual que puede convocar al desdén a más de una mente endurecida por la idea de que todos los días hay puesta de sol y que tiempo mejor habrá para derrocharlo en absurdas policromías... ¿Cómo explicar que se equivoca, que nunca habrá otro crepúsculo idéntico, que hemos faltado ya a demasiados ocasos y que nunca podremos recuperar todos los colores que ya no vivimos? ¿Cómo hacer comprender que lo que importa es el temperamento mágico al que te transporta el asistir al apagarse inevitable de una fecha y la sensación de que con la luz se te marchan las cosas que dejaste por hacer?
“Eres muy complicada amiga mía”, intuiré en los ojos distantes a mis impresiones, me aguantaré las ganas de preguntarle a esos ojos cuando fue la ultima vez que se paró a disfrutar del destello de un rostro infantil cuando sonríe, el sonido de una respiración que se agita o hizo suyo el sentido de un verso...y con la luz de la anochecida se irán apagando también las ganas de hacerme entender.


Mercedes Moya. Revista Contraluz. Agosto 2004

Con este escrito solo pretendía contar algo tan sencillo pero tan prodigioso, como es un puñado de colores sabiamente esparcidos ya en mi recuerdo.
Sólo eso, la naturaleza tiene el poder de descorrerme los cerrojos de adentro y motivarme a escribir -y ahora compartir- la suerte de sentir la magia de lo que es gratis y tantas veces nos olvidamos de disfrutar. Mercedes.

Primer dia de playa con Diana y Nacho.
En la orilla no hacía calor pero lucía un sol de primavera exento de viento, los cuatro en la playa, primer día para nosotros este año y su primer día , su primera vez!.
Fuimos más bien en plan paseo, sin ropa de baño ni toallas. Diana me enseñaba extrañada que no podía evitar que se le llenaran las zapatillas de arena al andar y cuando entendió que era parte del ritual, no tardó en correr a la orilla descalzarse y meter los pies en un agua tan gélida y francamente desagradable que ni siquiera apetecía mojarse los pies. Pero en esto de las temperaturas todo es relativo y Eduardo también enseguida se quitó las zapatillas y la camiseta y se fue a pasear por la orilla en compañía de Diana también descalza y en ropa interior, tanto Nacho como yo preferimos sentarnos en la arena templadita y tomarnos nuestro tiempo para adaptarnos al ambiente. Nacho empezó por explorar la arena, a coger puñados y tirarlos hacia arriba con lo que también pude yo tantearla ya que justo la escasa brisa que hacía estaba a mi favor y toda la arena que removió Nacho hasta que pude pararle me cayó a mi y a la ropa que estaba intentando doblar con cuidado de que no se llenaran de arena… poco a poco Nacho pasó de un renegar por todo a revolcarse por la arena como una croqueta, y parecía encantado hasta que le entró arena en la boca y con las manos completamente rebozadas trató de sacarse los pocos granitos que tenía en la lengua con lo que se llenó toda la boca de arena y no hacía sino escupir y babear con lo que la arena se le quedó pegada alrededor de la boca en una suerte de bigote y perilla a lo mosquetero que le daba un aspecto de lo más simpático.
Luego, cuando llegaron Diana y Eduardo empezaron los tres –yo me dediqué a grabarlos y fotografiarlos-con los juegos típicos de playa: excavar, enterrarse unos a otros algo que a Nacho no le hizo ninguna gracia pero que a Diana no le importó rebozarse, que la rebozaran, la arrastraran o la enterraran en la arena, luego incluso Diana y su padre se atrevieron a jugar en el agua y jugaron a dar patadas a las olas levantando agua a ver quien mojaba más a quien terminando los dos absolutamente empapados de agua helada.
En otro momento, Eduardo llevó a Nacho a la orilla y cuando se vio a punto de probar el agua con los pies empezó a chillar y a berrear como sólo creo que los kazajos esteparios saben hacerlo, ¡que gritos! ¡que potencia de voz! Luego mucho mas tarde cuando ya nos íbamos, intente yo acercarle a la orilla de nuevo y probar así el agua por mi misma….y madre mía que fría estaba!!! No me extrañan los berridos yo misma los hubiera dado, así que para nada le mojé al pobre hijo, lo último que quiero es que le coja miedo o manía al agua, poco a poco iremos familiarizándonos y seguro que luego no podré sacarlo del agua como buen cangrejo que es (su horóscopo es cáncer), de momento compartimos el ser ambos de secano y el rato que pasamos juntos en la arena viendo pasear y buscar piedrecitas de colores a su padre y su hermana fue delicioso, su barriguita al aire, sus ojillos chinos bajo la gorra y sus achuchones y besos enarenados hicieron de ese primer día algo para recordar y en la cámara me llevé un testimonio que luego visto en casa y por arte del Movie Maker parece una auténtica película de aquellas de super ocho, ¡Cuántas tardes de domingo pasamos de pequeños en casa de mis padres viendo aquellas películas! Y Cuanto me gustaría poder verlas de nuevo, pero no será posible, quien las tenía cuando mi padre falleció no quiso dejarmelas para sacarles copia y a buen seguro hoy estarán podridas en el trastero de aquella casa si no las tiraron hace tiempo. Que pena…

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